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Comer por ansiedad: Hambre de “otra clase”

Se llama “trasgresión” a la ansiedad por comer desde que la cultura de las dietas se esparció. Solemos vivirla como una amenaza o una catástrofe. Le tenemos miedo y quisiéramos que no exista. Tratamos de apartarla como a un enemigo y no podemos.
No importa cuánta fuerza de voluntad hayamos puesto en la dieta de turno, ni cuánto dinero hayamos gastado en consultas a nutricionistas o dietistas, ni cuánto nos hayamos esforzado haciendo ejercicios para quemar calorías, ni cuántas pastillas o productos para adelgazar hayamos tomado, ni cuánta terapia hayamos hecho; como burlándose de nosotros el peso vuelve a subir... Y en muchísimos casos el peso no es es el problema: los mecanismos compensatorios de la ingesta están “de moda” (ejercicios físicos en demasía, por ejemplo), poniendo en evidencia que existen dos problemas: 1) La ansiedad por comer. 2) El sobrepeso resultante cuando existe.
Hacemos dieta de lunes a viernes, y sábado y domingo la ansiedad nos invade. Hacemos dieta de 8 a 18 y después no podemos parar de comer hasta que nos vamos a dormir, e incluso nos levantamos de la cama durante la noche para seguir comiendo. Tratamos a la ansiedad por comer como a un enemigo; y lo es porque ese es nuestro enfoque, y en esta ronda sin fin de dietas y excesos, perdemos a la ansiedad como aviso de “otras hambres”. Comemos “en vez de”. No se trata entonces de pelearnos con nuestro deseo de comer sino de averiguar qué nos pasa.
La ansiedad es un mensajero valioso: nos cuenta una historia, realiza una declaración, hace una pregunta, y presenta una oportunidad para reexaminar lo que se había perdido, ignorado. Aprendamos a oír su voz, es nuestra voz interior que tiene hambre: hambre de autoexpresión, de sexo satisfactorio, de compañía gratificante, de contención afectuosa, de trabajo creativo, de poder poner límites. Todos tenemos hambre de algo y la ansiedad nos lo grita. Si no la escuchamos nos perdemos la oportunidad de entender su mensaje, y lo que es peor aún, de satisfacerlo, para acercarnos así a nuestro bienestar.
Primero fue el alcohol, luego el cigarrillo y ahora la comida; ya no tengo a dónde ir.
Sí tenes a donde ir: a vos mismo.


Elena B. Werba

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